CON EL PUEBLO NO SE DEBE JUGAR
La política es, tiene
que serlo, debe ser, una cosa seria. Los partidos políticos necesitan también
ajustar a normas de seriedad su conducta, porque ella puede impulsar en un
momento determinado en este o aquel sentido el porvenir de una nación. Los procedimientos
serios, reflexivos, pensados, se imponen con mayor razón en las etapas de
emergencia, cuando todavía no existe un orden consolidado, sino que se aspira a
afirmarlo y a convertirlo en perdurable. Son situaciones delicadas que exigen
ponderación y patriotismo, desvelo creador y decisión firme.
La cuestión de las
candidaturas presidenciales sigue preocupando al pueblo venezolano. Llegados
los partidos a las candidaturas plurales después de un largo proceso de meses
en busca del candidato único de unidad nacional, cierto sector de la prensa la
ha dado por desorientar al pueblo, presentando tras títulos de escandalosa
información, meramente efectistas, lucubraciones que solo son producto de
algunas mentes interesadas. Con esta sistemática siembra de la duda se hace un
flaquísimo favor a nuestra incipiente democracia y se introducen en el espíritu
popular, empeñado en conseguir camino seguro, gérmenes de confusión que pueden
desorientar inclusive mucho más allá de lo que se propusieron los iniciadores de
la campaña.
Se habla muchos de que
las candidaturas plurales y el pacto defensivo de la constitucionalidad
suscrito por los tres grandes partidos nacionales: Socialcristiano COPEI, Acción
Democrática y Unión Republicana Democrática, se han verificado de espaldas al
pueblo. Se menciona a cada rato la palabra pueblo como si fuera un vocablo sin
contenido, acomodaticio y de
oportunidad. Quienes menos se han acercado al pueblo, a auscultar su dolor, a animar su esperanza, a robustecer su fe, a
trazarle un camino definido para su orientación histórica, se erigen de repente
como portavoces del pueblo. ¿De cuál pueblo? podría algún curioso preguntarse.
Gentes de la capital o
asimiladas a la metrópolis caraqueña son quienes usurpan una representación que
están lejos de poseer, que muy difícilmente se la podría otorgar ese pueblo que
no es solo Caracas, sino el de toda Venezuela, el de los campesinos y clase
media de la provincia, el de los obreros y profesionales de nuestras ciudades y
campos del interior. Esos señores que muy pocas veces, por no decir nunca, se
han ido al interior de la Republica a observar y comprender las ansias y
aspiraciones de las masas desposeídas; esos señores que si conocen determinadas
regiones de la patria es con superficialidad de turistas de pocos días, toman
el nombre del pueblo para comunicarle fuerza a opiniones que de ella carecen.
Pero están lejos de representar al pueblo y hasta de conocerlo en sus
reacciones políticas. Ellos, que tienen meritos personales indudables, pero que
jamás han procurado definirse en la vida política; ellos, que no tienen el
respaldo de ninguna colectividad humana con un denominador ideológico común,
pretender negarle credencial y validez de pueblo a los centenares de miles de
compatriotas que militan en partidos políticos y que, cada uno según sus ideas,
considera al suyo el más adecuado para resolver los grandes problemas
nacionales. Pueblo, para ellos, son los inubicados, los indefinidos. Los
definidos, los combatientes por una idea, los soldados de una causa política,
pueden ser -en su concepto- todo, menos pueblo. Lo que dichos usurpadores
olvidan es que con el pueblo no se puede jugar. Que la fe popular no puede
sometérsela ni a desorientación ni a confusiones. Que el pueblo, con su
admirable intuición, sabe jugar y sabe escoger, y que cada vez lo hará mejor a
medida que los instrumentos de la Cultura se los procure poner a su alcance.
Si algo ha dañado a la política
venezolana, es la indecisión. La tradición republicana nos habla de esperanzas
y oportunidades por la manía de evitar hablar claro y adoptar medidas de franca
definición necesaria. El pueblo está cansado de escondites de ideas, de “candelitas”
de actitudes. Exige a sus representantes una línea coherente, adoptada a
tiempo. En política, como en la vida, hay que tener en cuenta la oportunidad de
los planteamientos para impedir que ellos sean extemporáneos. Estar a la caza
de la oportunidad es ser oportunista. Pero saber utilizar la oportunidad
aprovechar la coyuntura histórica para empresas de bien común, de superación nacional,
es ser patriota y políticos realistas. En política, además, hay que prever. No
se puede vivir al dia, pensando hoy en las sorpresas del mañana. Dentro de los límites
de la raza humana previsión, hay que tratar de deducir el curso de los
acontecimientos. Los inmediatistas por eso, aunque cosechen triunfos efímeros están
condenados al fracaso más absoluto.
Nadie más que yo ha
puesto desde hace años empeño para el entendimiento unitario de todas las
corrientes democráticas venezolanas. Ningún partido ha hecho más sinceros
esfuerzos que COPEI para el arribo a la fórmula presidencial de unidad. No ha
sido posible y parece que ya no fue posible, salvo contingencia de tal magnitud
que obligue a todas las organizaciones partidistas a una reconsideración de
actitudes ya tomadas. Para llenar el vacío de la indefinición, que amenazaba
con desorientar a densos sectores, se han lanzado candidaturas presidenciales y
para evitar roces, inconvenientes y peligros se ha firmado un pacto. Son
realizaciones concretas que solo podrían suplantarse, a estas alturas del
debate electoral, si aparecieran nuevas formulas concretas. En general, en
abstracto, siempre ha habido unidad después del 23 de enero. Ha sido en lo
concreto, donde esa unidad no se ha podido lograr en la forma deseada. Estas
consideraciones deberían tenerlas muy en cuenta quienes a última hora se han
dado al deporte interesado de jugar con el nombre y las aspiraciones del
pueblo.
Luis Herrera Campins
Columna; Palenque
7-11-1958
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