lunes, 22 de diciembre de 2014

Palenque



CON EL PUEBLO NO SE DEBE JUGAR
  La política es, tiene que serlo, debe ser, una cosa seria. Los partidos políticos necesitan también ajustar a normas de seriedad su conducta, porque ella puede impulsar en un momento determinado en este o aquel sentido el porvenir de una nación. Los procedimientos serios, reflexivos, pensados, se imponen con mayor razón en las etapas de emergencia, cuando todavía no existe un orden consolidado, sino que se aspira a afirmarlo y a convertirlo en perdurable. Son situaciones delicadas que exigen ponderación y patriotismo, desvelo creador y decisión firme.
  La cuestión de las candidaturas presidenciales sigue preocupando al pueblo venezolano. Llegados los partidos a las candidaturas plurales después de un largo proceso de meses en busca del candidato único de unidad nacional, cierto sector de la prensa la ha dado por desorientar al pueblo, presentando tras títulos de escandalosa información, meramente efectistas, lucubraciones que solo son producto de algunas mentes interesadas. Con esta sistemática siembra de la duda se hace un flaquísimo favor a nuestra incipiente democracia y se introducen en el espíritu popular, empeñado en conseguir camino seguro, gérmenes de confusión que pueden desorientar inclusive mucho más allá de lo que se propusieron los iniciadores de la campaña.
  Se habla muchos de que las candidaturas plurales y el pacto defensivo de la constitucionalidad suscrito por los tres grandes partidos nacionales: Socialcristiano COPEI, Acción Democrática y Unión Republicana Democrática, se han verificado de espaldas al pueblo. Se menciona a cada rato la palabra pueblo como si fuera un vocablo sin contenido, acomodaticio  y de oportunidad. Quienes menos se han acercado al pueblo, a  auscultar su dolor, a  animar su esperanza, a robustecer su fe, a trazarle un camino definido para su orientación histórica, se erigen de repente como portavoces del pueblo. ¿De cuál pueblo? podría algún curioso preguntarse.
  Gentes de la capital o asimiladas a la metrópolis caraqueña son quienes usurpan una representación que están lejos de poseer, que muy difícilmente se la podría otorgar ese pueblo que no es solo Caracas, sino el de toda Venezuela, el de los campesinos y clase media de la provincia, el de los obreros y profesionales de nuestras ciudades y campos del interior. Esos señores que muy pocas veces, por no decir nunca, se han ido al interior de la Republica a observar y comprender las ansias y aspiraciones de las masas desposeídas; esos señores que si conocen determinadas regiones de la patria es con superficialidad de turistas de pocos días, toman el nombre del pueblo para comunicarle fuerza a opiniones que de ella carecen. Pero están lejos de representar al pueblo y hasta de conocerlo en sus reacciones políticas. Ellos, que tienen meritos personales indudables, pero que jamás han procurado definirse en la vida política; ellos, que no tienen el respaldo de ninguna colectividad humana con un denominador ideológico común, pretender negarle credencial y validez de pueblo a los centenares de miles de compatriotas que militan en partidos políticos y que, cada uno según sus ideas, considera al suyo el más adecuado para resolver los grandes problemas nacionales. Pueblo, para ellos, son los inubicados, los indefinidos. Los definidos, los combatientes por una idea, los soldados de una causa política, pueden ser -en su concepto- todo, menos pueblo. Lo que dichos usurpadores olvidan es que con el pueblo no se puede jugar. Que la fe popular no puede sometérsela ni a desorientación ni a confusiones. Que el pueblo, con su admirable intuición, sabe jugar y sabe escoger, y que cada vez lo hará mejor a medida que los instrumentos de la Cultura se los procure poner a su alcance.
  Si algo ha dañado a la política venezolana, es la indecisión. La tradición republicana nos habla de esperanzas y oportunidades por la manía de evitar hablar claro y adoptar medidas de franca definición necesaria. El pueblo está cansado de escondites de ideas, de “candelitas” de actitudes. Exige a sus representantes una línea coherente, adoptada a tiempo. En política, como en la vida, hay que tener en cuenta la oportunidad de los planteamientos para impedir que ellos sean extemporáneos. Estar a la caza de la oportunidad es ser oportunista. Pero saber utilizar la oportunidad aprovechar la coyuntura histórica para empresas de bien común, de superación nacional, es ser patriota y políticos realistas. En política, además, hay que prever. No se puede vivir al dia, pensando hoy en las sorpresas del mañana. Dentro de los límites de la raza humana previsión, hay que tratar de deducir el curso de los acontecimientos. Los inmediatistas por eso, aunque cosechen triunfos efímeros están condenados al fracaso más absoluto.
  Nadie más que yo ha puesto desde hace años empeño para el entendimiento unitario de todas las corrientes democráticas venezolanas. Ningún partido ha hecho más sinceros esfuerzos que COPEI para el arribo a la fórmula presidencial de unidad. No ha sido posible y parece que ya no fue posible, salvo contingencia de tal magnitud que obligue a todas las organizaciones partidistas a una reconsideración de actitudes ya tomadas. Para llenar el vacío de la indefinición, que amenazaba con desorientar a densos sectores, se han lanzado candidaturas presidenciales y para evitar roces, inconvenientes y peligros se ha firmado un pacto. Son realizaciones concretas que solo podrían suplantarse, a estas alturas del debate electoral, si aparecieran nuevas formulas concretas. En general, en abstracto, siempre ha habido unidad después del 23 de enero. Ha sido en lo concreto, donde esa unidad no se ha podido lograr en la forma deseada. Estas consideraciones deberían tenerlas muy en cuenta quienes a última hora se han dado al deporte interesado de jugar con el nombre y las aspiraciones del pueblo.
Luis Herrera Campins
Columna; Palenque
7-11-1958

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